11 de marzo de 2014

trenes y andenes

Seguro que alguna vez os han dicho aquello de "Date prisa, el tren sólo pasa una vez". Y puede que incluso hayamos sido nosotros quien hayamos atizado a alguien con tan contundente frase sin acabar de saber si el susodicho había subido al vagón o se había visto arrollado por uno de ellos. 

La historia que quiero contaros es de dos personas que viajaban cómodamente sentados en sus localidades de un metro, que no es un tren, pero me sirve. Como muchos otros, se habían subido a él precipitadamente y sin hacer demasiadas preguntas, interrogantes que manaron desde algún lugar oculto en su ser en cuanto vieron la tierra correr bajo sus pies. ¿De verdad lo que quiero es dejarme llevar? ¿Y si me entra el pánico a dónde voy? ¿En quién busco apoyo? ¿Qué voy a aprender en este viaje que es la vida si sólo miro hacia dentro?

Confundidos y desorientados fue como en la siguiente parada bajaron del vagón. Ninguno sabía de la existencia del otro, los motivos que les habían llevado a embarcar ni los que hacían que en ese preciso instante se apearan y miraran con desconfianza y los ojos entornados hacia ambos lados del andén. Como atraídos por una fuerza mayor, se acercaron el uno al otro y salieron juntos al exterior con la calma característica de saber estar haciendo lo correcto.

Esa fuerza que hace que hagamos cosas con certeza y seguridad inauditas actúa de forma bidireccional. De la misma manera que nos hace tomar un rumbo, cambia de sentido y nos desbarajusta los planes hasta el punto de querer hacernos abandonar. Y nosotros también podemos modificar esta corriente energética. Cada una de nuestras vidas tiene fuerza suficiente como para redirigirse hacia donde le plazca, de explorar el mundo a su manera, de construir a partir de sus propios deseos. 

Como os decía, el destino, el Karma o la casualidad dio las respuestas a cada una de las preguntas en forma de un compañero de viaje, alguien con quien compartir inquietudes y secretos sin siquiera despegar los labios. O despegándolos sólo para insuflarse la energía necesaria a través de un beso. 


2 de marzo de 2014

Arte no expuesto.

Mira por la ventana. La tarde en el exterior es turbia, gris  y agitada, de aquellas dispuestas a estallar en cualquier momento. A través de los cristales salpicados de lluvias que ya nadie recuerda, la luz se filtra discreta mostrando diminutas partículas suspendidas en la diáfana habitación. Lo observo desde el centro de la sala mientras pienso si el brillo de sus cabellos y la manera en que gesticula cuando se pone nervioso formarán parte de la exposición.
Le sonrío en secreto mientras ladeo la cabeza y fingo estar concentrada contemplando una fotografía en blanco y negro de un autor que no recuerdo. Se mueve hacia mí regalándome una sonrisa y siento su olor envolviéndome, acariciándome como me gustaría que hicieran sus manos. Hablamos y nos movemos hacia otra sala igual de austera, con enormes fotografías en sus paredes. Las observo en silencio, intento ser fotógrafo y fotografía a la vez. 
Entonces es cuando me doy cuenta. La galería es él. Él es cada una de las fotografías allí expuestas; es cada filtro en sepia, la intensidad del color y el marco de cada lámina. Si estoy allí dentro, si puedo sentarme en los bancos de su memoria y sus impresiones es porque él me ha invitado. A cada paso que doy en cualquiera de las direcciones posibles, cada vez que mis ojos se posan en algún detalle de las imágenes a mi alrededor, me está regalando una explicación muda de por qué es como es y se porta como se porta. 
Él se asoma a la calle para comprobar que aún no llueve y que el caos no se detiene a pesar de su calma. Y yo me asomo en él con el fin de cerciorarme que su caos sigue en orden y que no va a llover mientras yo esté aquí.

17 de diciembre de 2013

diferencias

"Entre Hitler y Einstein, entre Brezhnev y Solzhenitsyn, hay muchas más similitudes que diferencias. Si se pudiera expresar con números, hay entre ellos una millonésima de diferencia y novecientas noventa y nueve mil novecientas noventa y nueva millonésimas de similitud.

Tomás está poseído por el deseo de apoderarse de esa millonésima y cree que ése es el sentido de su obsesión por las mujeres. No está obsesionado por las mujeres, está obsesionado por lo que hay en cada una de ellas de inimaginable, en otras palabras, está obsesionado por esa millonésima diferencia que distingue a una mujer de las demás mujeres. 

[...]

Únicamente en la sexualidad la millonésima diferencial aparece como algo extraordinario, porque no está al alcance del público y es necesario conquistarla."


La insoportable levedad del ser, Milan Kundera.


3 de diciembre de 2013

a ritmo

Como artista que era y que es, él siempre me halagaba con detalles. Hablaba del brillo de mis cabellos despeinados en un amanecer de San Juan; relataba el brillo de mi mirada reflejando el mar; me contaba el viaje del dulce olor de mi cuello hasta su afilada nariz. Me regalaba el mundo a fragmentos diminutos, para muchos incluso imperceptibles, y nunca, jamás, pedía nada a cambio.

Cuando se marchó llamándome pequeña y haciéndome sentir como tal, me concedió el don de recordarlo en pequeños detalles. Al cerrar los ojos, me acompañaba la suavidad de su barba bajo la caricia insegura de mi mano; su guiño de ojo despreocupado ante mis espontáneos bailes cosmopolitas; e incluso la minúscula peca alojada en el dedo meñique de su mano derecha. 

Aun a pesar del tiempo y el espacio que nos separa, puedo sentir su miedo, su ansia, su rabia y el dolor vibrante de un hombro que no dejó curar. De la misma manera, sé que él percibe mis abrazos y oye mi voz todas las veces que, en silencio, le digo: Adelante, continúa, yo creo en ti. Y sé que si existen los mundos paralelos, hay uno en el que nos tomamos la vida a tragos largos, yo sigo siendo su musa y él mis ojos y mis manos.


11 de agosto de 2013

dañados?

Algo late bajo la ropa, quién sabe si corazón o miembro inferior.
Algo que nos impulsa, hace que nos retorzamos de dolor o gritemos de placer.

Amamos el sexo y nos hacemos el amor sin tocarnos.
Nos dañamos, pero no sabríamos vivir sin esa astilla clavada en la memoria
y que nos recuerda que, en algún momento, fuimos felices estando cerca.
Tan cerca que incluso dolía.

Dulce dolor y palabras con olor a recién hecho.
Caricias con sabor a cerveza fría, abrazos en la soledad del bullicio,
besos que han desaparecido como pompas de jabón.
Todo recuerdos.

¿Qué nos queda?
Algunas cartas que se convirtieron en ceniza, un puñado de fotos recortadas,
entradas de cine, pétalos de rosas.
Facturas al corazón por valor de 500 noches de soledad.
Y todas las cicatrices en las que algún día -tal vez- se podrá observar cómo fue nuestra historia.