3 de diciembre de 2013

a ritmo

Como artista que era y que es, él siempre me halagaba con detalles. Hablaba del brillo de mis cabellos despeinados en un amanecer de San Juan; relataba el brillo de mi mirada reflejando el mar; me contaba el viaje del dulce olor de mi cuello hasta su afilada nariz. Me regalaba el mundo a fragmentos diminutos, para muchos incluso imperceptibles, y nunca, jamás, pedía nada a cambio.

Cuando se marchó llamándome pequeña y haciéndome sentir como tal, me concedió el don de recordarlo en pequeños detalles. Al cerrar los ojos, me acompañaba la suavidad de su barba bajo la caricia insegura de mi mano; su guiño de ojo despreocupado ante mis espontáneos bailes cosmopolitas; e incluso la minúscula peca alojada en el dedo meñique de su mano derecha. 

Aun a pesar del tiempo y el espacio que nos separa, puedo sentir su miedo, su ansia, su rabia y el dolor vibrante de un hombro que no dejó curar. De la misma manera, sé que él percibe mis abrazos y oye mi voz todas las veces que, en silencio, le digo: Adelante, continúa, yo creo en ti. Y sé que si existen los mundos paralelos, hay uno en el que nos tomamos la vida a tragos largos, yo sigo siendo su musa y él mis ojos y mis manos.


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